“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” 2 Corintios 5:17
Se nace o se hace: es la gran pregunta entre los psicólogos. ¿Somos el resultado de nuestros genes o nuestro ambiente? El debate discute si la herencia establece los límites de los rasgos de personalidad de una persona o si el medio ambiente, representado por los factores culturales, sociales y circunstanciales, influyen en el desarrollo de una persona. Si bien ambas opiniones tienen fuertes seguidores, la mayoría de los psicólogos creen que no es ni una ni la otra, sino que es la interacción de ambos la que nos hace lo que somos.
Aunque estoy de acuerdo con el hecho de que mis genes determinan cómo soy y que mi entorno de crecimiento influye en mi personalidad y en mi sistema de creencias, también creo que la sangre de Jesucristo derramada en la cruz y su poder transformador pueden cambiar quienes somos.
Me gusta pensar que al aceptar a Jesucristo como mi Salvador me dio una nueva oportunidad para “reiniciar” los rasgos de mi crianza y personalidad. Obviamente, no puedo cambiar el color de mis ojos o el hecho de que fui criada como la mayor de cinco hijos en los Estados Unidos o el hecho de que he vivido en Argentina desde hace casi veinticinco años. Todos esos factores definitivamente han tenido un efecto sobre quien soy hoy, pero también he experimentado el poder transformador de Cristo y la promesa de que “¡lo viejo ha pasado y lo nuevo ha llegado!”
El enemigo quiere que estemos atrapados por nuestro pasado, ya sea por el ADN que recibimos de parte de nuestros padres o ya sea por los eventos en nuestras vidas que nos han formado y nos han convertido en las personas que somos hoy. Estoy segura de que cuando experimenté una depresión severa hace algunos años atrás que ella fue tanto el resultado de un desequilibrio químico (la naturaleza) como también de mi entorno. Pero la sanidad que experimente en mi vida ocurrió cuando le permití a Cristo que interviniera en mi corazón. Mi ADN o mis experiencias ya no me limitaban sino nací de nuevo por el poder transformador de la sangre de Jesucristo.
Quiénes somos y lo que hemos vivido influyen en nuestras decisiones diariamente. Pero es la obra transformadora de Cristo, que nos permite poner nuestras cargas sobre Jesús y ser curados de las cosas que nos han moldeado y conformado. No deje que tu ADN, tu entorno o tus experiencias te impidan llevar a cabo el plan y el propósito que Dios tiene para tu vida.
¡La transformación que Cristo hace en nosotros lo es todo! ¡El poder transformador de Cristo trasciende nuestro ADN y nuestro entorno!
“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.” Gálatas 2:20
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